La pedantería humana siempre ha pretendido explicar desde la ignorancia la conformación y el origen del universo. La Tierra, y por añadidura, el hombre, se convirtió en el centro del espacio estrellado. Los filósofos, siempre curiosos ellos, diseñaron mil y una definición que alimentara la necesidad de dar sentido a la propia existencia del homo sapiens.
Tras la aparición de la astrología y el misticismo, la ciencia, como la entendemos hoy día, intentó hacerse con las riendas del estudio de ese universo encapsulando los ideales filosóficos, astrológicos y místicos, sin lograr la eliminación total de su influencia.
Transcurrido el tiempo, fueron los políticos y no los científicos quienes lograron maniatar y controlar subrepticiamente las investigaciones científicas que pudieran aclarar ese oculto origen y funcionamiento que tanto logra sorprender con cada descubrimiento estelar.
Como es bien sabido, EEUU y la URSS (hoy Rusia) fueron los primeros países que comprendieron la importancia de viajar al espacio. La alocada carrera espacial por lograr la medalla en el pódium de la historia es bien conocida. Años después, China, les siguió con un inusitado ímpetu, sobre todo en aquellos aspectos que americanos y rusos habían mostrado poco o nulo interés. A este exclusivo club de países con capacidad para lanzar seres humanos al espacio se unirá la India en poco tiempo.
Perdida de facto las identidades nacionales, ningún país europeo sueña siquiera en poder colocarse en la lista de espera para esta aventura espacial. La Unión Europea, jugando a ser un «país unido y competitivo» no logra pasar de la publicidad que pueda dar la participación individual de algún que otro científico o astronauta en esta nueva carrera por colonizar el espacio.
Dentro del marco publicitario diseñado por el gobierno de Pedro Sánchez durante su presidencia europea, los días 6 y 7 de noviembre se celebró en el Pabellón de la Navegación de Sevilla, una reunión ministerial de la UE que, con carácter «informal», aborda la «Competitividad en materia de Espacio» que tiene la UE respecto a los países mencionados anteriormente.
En medio del caos que representa para la vida de los europeos la implantación obligatoria de la Agenda 2030, las guerras de Ucrania, Palestina y la actual revolución socio-política en España, la ancestral necesitad de conocimiento del universo es utilizada como excusa para cuestiones que poco, o nada, tienen que ver con la ciencia y el conocimiento profundo del origen y funcionamiento del universo.
Así, desde la Unión Europea vuelven a levantarse voces contra su «dependencia tecnológica» argumentando la necesidad que tiene el sector espacial y su falta de «aprovechamiento de las oportunidades que ofrece este sector para la transición ecológica».
Los debates de los representantes ministeriales de Europa, con la excusa de favorecer «la cooperación espacial entre los países de la UE» han colado los mismos ideales de la agenda 2030 que tanto nos cuesta en impuestos. La supuesta «mejora de la vida de los ciudadanos» potenciando la «transición digital y ecológica» ha centrado los debates de los ministros europeos. Como es habitual, la propuesta no va más allá del eslogan publicitario.
Aristóteles, llegó casi a obsesionarse con la idea de que el Universo no está vacío sino que era un espacio finito conformado por esferas. Del mismo modo, la Unión Europea, lleva años ofuscada en aglutinar, al menos de cara a la opinión pública, conceptos altamente imposibles de fusionar. La carrera espacial y la resiliencia, o el bienestar de la población con dicha carrera tienen muy difícil encaje. Pero queda muy bien en los titulares de prensa.
Como ocurre con las guerras tecnológicas, por mucha violencia que se ejerza desde la distancia, al final, deben ser las personas quienes pisen el terreno físicamente, al margen de tópicos políticos o utópicos ideales supremacistas de un ecologismo de tertulia. En este escenario de realidad científica y política, la Unión Europea, con sus restricciones económicas y empresariales siempre será menos competitiva. Siempre se verá forzada a depender de terceros países.
Aceptar que la conclusión final de los debates pasa por centrarse en el funcionamiento del sistema Galileo de posicionamiento y navegación por satélite; en el sistema Copernicus, usado para realizar «una observación de la Tierra» para luchar contra los problemas derivados de la emergencia climática y el calentamiento global; o continuar con el proyecto, ya iniciado, de implantación de los satélites IRIS 2, considerados «una infraestructura para la resiliencia, la interconectividad y la seguridad por satélite», sin plena inoperatividad hasta 2027, demuestra la escasa visión de futuro de los ministros europeos.
Por el contrario, continuamos sin conocer los aspectos fundamentales que los acuerdos silencian. ¿Cómo se relanzará la carrera espacial europea con las prohibiciones de los combustibles fósiles implantada en la UE? ¿Cuál será el incremento impositivo necesario para llevarlo a cabo? Y, principalmente, ¿cómo es posible mejorar la competencia restringiendo la investigación con las trabas empresariales, funcionales y legislativas establecidas sólo para los países europeos?
La realidad de la soberbia y la hipocresía política implantada en la Unión Europea logrará que las promesas se las lleve el viento cuando sea necesario. Se «cambiará de opinión» cuantas veces sea necesario pero no cabe duda que, la conclusión, pasa por la inviabilidad para alcanzar unos avances científicos, que estos sean competitivos, en una sociedad de permanentes revoluciones sociales, políticas y económicas.