Sócrates, Maestro de Todo y Nada

A caballo entre el aprendiz de cantero y el maestro universal de la filosofía, Sokrátes, siempre sorprende a quién se acerca a su figura. Ante la falta de obras escritas por el filósofo, se prefiere considerar que no llegó a publicarlas. A pesar de todo, su importancia es tal que marca el inicio de la filosofía clásica, siendo catalogados los autores anteriores a él como “presocráticos”.

La vida de Sokrátes está llena de misterio, aventuras, anécdotas, y ocurrencias conocidas gracias a los escasos discípulos conocidos. Tres fuentes escritas y contemporáneas al filósofo nos permiten disfrutar de su ingenio argumentativo: los diálogos del filósofo Platón, las obras del comediante Aristófanes y los diálogos del historiador Jenofonte. En ellas no siempre resulta fácil discernir el pensamiento real de Sócrates a través de la imaginería biográfica llevada a cabo por sus discípulos.

Los planteamientos argumentativos de estos tres autores varían sensiblemente. En las obras de Jenofonte, Sócrates, aparece como un sabio preocupado por identificar el conocimiento y la virtud. Por el contrario, para Aristófanes, es la diana sobre la que lanzar los dardos satíricos de sus comedias. Así aparece en su obra Las Nubes caricaturizado como un  virtuoso embaucador del discurso sofista popularizado tras el afianzamiento de la democracia griega de Pericles.

Estos retratos contrastan con la idealizada, pero justa, imagen que nos muestra Platón en sus Diálogos, principalmente en la Apología de Sócrates. En las obras platónicas, Sócrates, aparece como el principal conductor de la narración y de las enseñanzas interrogativas características de la Mayéutica. Sin olvidar que, Sócrates, utilizaba una petición recurrente con sus interlocutores: «Habla para que yo pueda conocerte».

Las enseñanzas de Sócrates, si es posible denominar de este modo a las “interrogativas dudas” de quien no pretendía inculcar doctrina propia alguna, procuraban lograr el afloramiento del conocimiento interno de su interlocutor. Sobre tal idea, los enfrentamientos dialécticos solían centrarse en la ética del ser humano, a  través de la sabiduría, la virtud y la felicidad. Que sepamos, Sócrates, nunca buscó el enfrentamiento político, por ser este un campo que no le interesó, más allá del cumplimiento con las obligaciones sociales.

Alcibíades y Sócrates
-detalle de un cuadro de Marcello Bacciarelli-

La comedia de Aristófanes, Las Nubes, es la primera referencia que tenemos sobre el Sócrates educador. Representada durante el año 423 aC, en ella aparece como un sofista centrado en la enseñanza de la retórica como medio para enriquecerse a costa los atenienses que deseaban ser sus discípulos. Sin embargo, el ideario vital conocido sobre Sócrates permite sospechar de la escasa veracidad del relato de Aristófanes.

La metodología de enseñanza dirigida hacia el espíritu y la ética, el alejamiento de la educación al uso de la época, o su negativa a inculcar nuevos conocimientos en los alumnos, se encuentran en el polo opuesto del sistema de enseñanza clásico de los sofistas. Su método, la Mayéutica, término que proviene de la palabra griega “mayeuta”, o partera, muestra su interés por rescatar el conocimiento real que tenían previamente los interlocutores. Y a partir de aquí, valorarlas y, si le merecían la pena, deleitarse en su análisis. En caso contrario, el  objetivo final se centraba en desentrañar las falacias argumentativas de su orador oponente.

Definido por algunos de sus discípulos como un átopo, es decir “un tipo raro”, a nivel físico se le muestra como un hombre rechoncho, con vientre prominente, ojos saltones y labios gruesos. De aspecto más bien desaliñado, a pesar de contar con un modesto, pero suficiente, capital heredado de su padre, parecía más un hippie californiano de los años sesenta que de un docente al uso.

Del mismo modo que hizo después su discípulo Platón, Sócrates relacionaba la obtención de conocimiento con la moral. De aquí parte la firmeza en la creencia de que «Sólo existe un bien: el conocimiento. Y sólo hay un mal: la ignorancia».

La muerte de Sócrates. Óleo de Jacques-Louis David de 1787

Auténtico especialista del discurso breve, a través de las preguntas y respuestas nacidas del diálogo entre dos o tres comensales de la palabra, Sócrates, merodeó, o al menos esta es la creencia general, por los mercados,  las palestras, las plazas y los gimnasios de Atenas, a la búsqueda de jóvenes interlocutores.

A Sócrates nunca le importó la condición social de sus contertulios, pero sí que tuvieran la oratoria y la capacidad intelectual suficiente para mantener vivos sus “mayéuticos” diálogos e interrogatorios. Dirigidos por el razonamiento y precedidos por la selección de aquellos alumnos que «guardaban algo de interés en su interior» pues, como manifestó Sócrates en su máxima más conocida,  «El único conocimiento verdadero es saber que no sabes nada».

Ahí es nada.

-Actualizado 15 de diciembre de 2020, 19:17 h.-