¿Acabar con la Censura en las Redes Sociales?

La lucha entre libertad de expresión y la censura no es nueva, pero sí ha sido reavivada en los últimos años por la deriva censora de las plataformas que gestionan las Redes Sociales. El cierre de las páginas de Donald Trump, Morante de la Puebla o del partido Vox, son casos bien conocidos en nuestro país, pero no son los únicos. Asistimos a una involución de las Redes Sociales que podrían tener los días contados con el cambio de propietario en Twitter.

Como alteración o eliminación de la palabra, el discurso, el debate, la escritura o cualquier otra forma de comunicación, la censura, es el arma más utilizada en la actualidad por los gobiernos, la prensa afín a éstos, la educación y las grandes corporaciones de la comunicación. Convertidas las redes en campos virtuales de la batalla político-social, su línea de actuación se acerca más a centros de adoctrinamiento y control de masas que a medios o herramientas que favorezcan la libertad de expresión y de comunicación de la población.

La creación de la web Classmates de Randy Conrads, en 1995, suele considerarse como el inicio de las Redes Sociales virtuales en su concepción primigenia. Aquellos objetivos no pasaban de lograr que los antiguos amigos y compañeros de los colegios, institutos y universidades tuvieran la posibilidad de recuperar y mantener contactos más directos que los llevados a cabo desde la dirección de los centros educativos anglosajones.

Dos años después, Andrew Weinreich, creó SixDegrees. Web que suele definirse como la primera red social del mundo con carácter de globalidad y servicio a la población en general. Esta versión ya permitía localizar a otros miembros de la red y crear listas de amigos. Aunque su vida comercial fue efímera, sólo 4 años, podría decirse que estableció las bases de la siguiente generación de plataformas de comunicación social como Friendster, MySpace o LinkedIn.

El camino de las Redes Sociales masivas había sido liberado. El portal Facemash creado en 2004 por Mark Zuckerberg, únicamente pretendía conectar a los estudiantes de Harvard. Sin embargo, con el tiempo se convirtió en la polémica Facebook que todos conocemos. A partir de aquí, ninguna corporación deseó quedarse sin su parte del pastel de la comunicación social. Youtube, surgió en 2005; Twitter, en 2006; WhatsApp, en 2009; Instagram, en 2010 y Telegram, en 2013. Son las más conocidas, pero no las únicas.

La utopía de la Libertad de Expresión, principalmente en el mundo educativo, favoreció en aquellos tiempos que el funcionamiento de las redes sociales fuera considerado como el esperado y anhelado “refugio” de librepensadores, reformistas, autónomos, escritores, literatos y activistas de toda índole.

La sección 230 del Communications Act de los Estados Unidos estableció en 1996 que ningún proveedor o usuario de los servicios de comunicación interactivos debía ser tratado como «publicador, editor o emisor» de la información emitida por otro proveedor de contenido informativo. Por lo tanto, las plataformas que gestionan las redes sociales no serían consideradas “Editores” de información o de contenidos, sino “Herramientas” de intercambio de información entre particulares.

Esta norma, supone de hecho, que Facebook, Twitter, Google y el resto de plataformas consideradas “Redes Sociales”, sobre todo en Estados Unidos, careen de responsabilidad civil sobre lo publicado por los usuarios. Además, obtienen beneficios fiscales especiales porque no son considerados «editores de noticias y de información».

Rápidamente, en los ámbitos de la política, la publicidad, y las ventas on line, fueron conscientes de la enorme capacidad de influencia social de estas redes. Con relativa facilidad, el voto y las ideologías políticas cabalgan a velocidades nunca antes imaginadas entre los usuarios, salvando el espacio, el lugar y el tiempo.

Para lograr todo ello, en política, la nueva realidad censora de las plataformas, comenzó a encarcelar el pensamiento libre entre el fango del absoluto silencio. El control de masas se hizo tan familiar que la propia población solicitaba la implantación de nuevas sanciones y limitaciones, sin apenas ser conscientes de lo que significaban. Como resultado, es suficiente que sea lanzado un mensaje ideológico cualquiera por las plataformas de redes, la mayoría de las veces ficticio o literalmente falso, para que millones de personas lo tomen por una verdad absoluta y lo asuman como propio sin preguntarse qué o quién se encuentra oculto o qué intenciones hay detrás del mismo.

Las plataformas gestoras de las Redes Sociales, sin apenas crítica de los usuarios y sin abandonar los enormes beneficios que les proporciona la legislación redactada ad hoc, aplican la censura y el control sobre las publicaciones en función de los intereses políticos y comerciales que consideran más generosos por sus empresas.

La guerra entre Libertad de Expresión de los usuarios y las actividades de generación de información por razones subjetivas, ideológicas y políticas está a la orden del día. El punto culminante de esta censura subjetiva, sin duda alguna, lo marcó el cierre de las cuentas de Donald Trump, a nivel mundial, por cuestiones meramente políticas. La acusación contra Trump de promover la violencia entra la población nunca ha sido demostrada, pero sirvió para acabar con su carrera política y facilitar la llegada del progresista Joe Biden.

Dentro de la falacia e incongruencia de las principales redes sociales como Facebook, Instagram o Twitter, al mismo tiempo que se censuraban a Trump por su oposición a la política censora de las redes, las mismas mantenían abiertas, sin ninguna penalización, miles de páginas eróticas, de publicidad confusa, de información y justificación del terrorismo, los totalitarismos de izquierdas, o activistas revolucionarios de toda índole. Páginas en las que, abiertamente, se anima a la violencia sobre todo aquel que no comulgue con ideales políticos, naturalistas, cambio climático, o modernas ideologías de comportamiento social.

Pero esta situación podría cambiar de forma radical tras la reciente adquisición de Twitter por el magnate ruso Elon Musk. Su intención de potenciar al celeste “monarca nuquinegro” desde la plena libertad de expresión así parece señalarlo. El hombre más rico del mundo, según la revista Forbes, ha invertido en Twitter porque cree que Twitter tiene el potencial necesario para «ser la plataforma ideal para la libertad de expresión en todo el mundo».

Musk, está convencido de que «la libertad de expresión es un imperativo social para una democracia funcional. Sin embargo, […] la empresa no prosperará ni servirá para este imperativo social en su forma actual. Twitter necesita transformarse». De llevarse a cabo la reforma anunciada, Twitter acabaría con la censura de lo políticamente correcto que tanto temen el resto de redes sociales y la clase política dirigente de la mayoría de países.

Según ha informado el Daily Mail, Musk baraja la posibilidad de despedir a Vijaya Gadde, responsable de los sistemas de censura de Twitter, junto a más de mil empleados dedicados a los mismos procesos, una vez que haya finalizado el proceso de compra y cambio de propietario. Parece pues que el tiempo de libertinaje disfrutado por la progresía y la infinidad de “ideologías clasistas” subvencionadas podrían tener los días contados.

Como ocurrió con la caída de usuarios en WhatsApp a raíz de las modificaciones del sistema llevadas a cabo el pasado año, la propuesta de Elon Musk para «la eliminación de los Bots, los trolls, las estafas», y todo aquello que «engaña» o coarta la libertad de los usuarios producirá, a medio plazo, una obligada reconsideración de la operativa en el resto de plataformas sociales si desean mantener su competitividad frente a Twitter.

La prueba más evidente de lo anterior se encuentra en el “boom noticiero” de las últimas horas informando, o desinformando, sobre que Musk ha paralizado la compra de Twitter hasta que la actual dirección no garantice que el número de “cuentas falsas” no supera el 5% prometido en los acuerdos. A partir de aquí se está lanzando mensajes contradictorios insinuando que la compra ha fracasado. Pero, por muy progre que uno quiera ser, ¿Cómo se van a pagar más de 40 mil millones sin garantías sobre el precio real de un producto?   

Si Musk alcanza «la libertad de expresión en todo el mundo» como «imperativo social para una democracia funcional», sin duda, logrará recuperar a los millones de usuarios desencantados que abandonaron el nido del pájaro azul con la política de censura mantenida hasta el momento. Una operación histórica que también permitirá la vuelta hacia la esperada Libertad de Expresión de los inicios en las redes sociales, logrando hacer realidad esa «plaza del pueblo digital donde los asuntos importantes para el futuro de la humanidad sean debatidos» sin coacciones de nadie, como afirmó Musk recientemente.